¿Qué nos aportó esta lectura a
nosotros? Algo verdaderamente grande, si la comprendemos. Se les apareció
Jesús. Le veían con los ojos, pero no lo reconocían. El maestro caminaba con
ellos durante el camino y él mismo era el camino. Aquellos discípulos aún no
iban por el camino, pues los halló fuera de él. Estando con ellos antes de la
pasión, les había predicho todo: que había de sufrir la pasión, que había de
morir y que al tercer día resucitaría. Todo lo había predicho, pero su muerte
se lo borró de la memoria. Cuando lo vieron colgando del madero quedaron tan
trastornados que se olvidaron de lo que les había enseñado; no les pasó por la
mente la resurrección ni se acordaron de sus promesas. Nosotros -dicen-
esperábamos que él redimiría a Israel7. Lo
esperabais, ¡oh discípulos!, ¿es que ya no lo esperáis? Ved que Cristo vive:
¿ha muerto la esperanza en vosotros? Cristo vive ciertamente. Cristo, vivo,
encuentra muertos los corazones de los discípulos, a cuyos ojos se apareció y
no se apareció. Lo veían y permanecía oculto para ellos. En efecto, si no lo
veían, ¿cómo lo oían cuando preguntaba y cómo le respondían? Iba con ellos como
compañero de camino y él mismo era el guía. Lo veían, sin duda, pero no lo
reconocían. Sus ojos -como escuchamos- estaban incapacitados para reconocerlo.
No estaban incapacitados para verlo, sino para reconocerlo.
Atención, hermanos; ¿dónde
quiso el Señor que lo reconocieran? En la fracción del pan. No nos queda duda:
partimos el pan y reconocemos al Señor. Pensando en nosotros, que no le íbamos
a ver en la carne, pero que íbamos a comer su carne, no quiso que lo
reconocieran más que allí. La fracción del pan es causa de consuelo para todo
fiel, quienquiera que seas; quienquiera que seas tú que llevas el nombre
cristiano, si no lo llevas en vano; tú que entras en el templo pero con un
porqué; tú que escuchas la palabra de Dios con temor y esperanza. La ausencia
del Señor no es ausencia. Ten fe y está contigo aquel a quien no ves. Cuando el
Señor hablaba con ellos, aquellos discípulos no tenían ni fe, puesto que no
creían que hubiese resucitado, ni tenían esperanza de que pudiera hacerlo.
Habían perdido la fe y la esperanza. Estando ellos muertos, caminaban con el
vivo; los muertos caminaban con la vida misma. La vida caminaba con ellos, pero
en sus corazones aún no residía la vida. También tú, pues, si quieres poseer la
vida, haz lo que hicieron ellos para reconocer igualmente al Señor. Le dieron
hospitalidad. El Señor tenía el aspecto de uno que iba lejos, pero lo
retuvieron. Cuando llegaron al lugar al que se dirigían, le dijeron: Quédate
aquí con nosotros, pues el día ya declina. Dale hospitalidad, si quieres
reconocerlo como salvador. La hospitalidad les devolvió aquello de lo que les
había privado la incredulidad. Así, pues, el Señor se hizo presente a sí mismo
en la fracción del pan. Aprended dónde buscar al Señor, dónde tenerlo, dónde
reconocerlo: cuando lo coméis....
Fuente: San Agustín. Extracto del Sermón 235.
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