Fiesta de la Anunciación del Señor |
Verdaderamente, bendita
tú entre las mujeres, pues has cambiado la maldición de Eva en
bendición; pues has hecho que Adán, que yacía postrado por una maldición, fuera
bendecido por medio de ti.
Verdaderamente, bendita tú
entre las mujeres, pues por medio de ti la bendición del Padre ha
brillado para los hombres y los ha liberado de la antigua maldición.
Verdaderamente, bendita
tú entre las mujeres, pues por medio de ti encuentran la salvación tus
progenitores, pues tú has engendrado al Salvador que les concederá la salvación
eterna.
Verdaderamente, bendita
tú entre las mujeres, pues sin concurso de varón has dado a luz aquel
fruto que es bendición para todo el mundo, al que ha redimido de la maldición
que no producía sino espinas.
Verdaderamente, bendita
tú entre las mujeres, pues a pesar de ser una mujer, criatura de Dios
como todas las demás, has llegado a ser, de verdad, Madre de Dios. Pues lo que
nacerá de ti es, con toda verdad, el Dios hecho hombre, y, por lo tanto con
toda justicia y con toda razón, te llamas Madre de Dios, pues de verdad das a
luz a Dios.
Pero no temas, María,
porque has encontrado gracia ante Dios, la más espléndida de todas las
gracias; has encontrado ante Dios una gracia absolutamente insuperable; has
encontrado ante Dios una gracia que durará siempre. Aunque otros –y muchos–
antes de ti fueron eminentes en santidad, pero a ninguno como a ti le fue
otorgada la plenitud de la gracia. Ninguno como tú pudo gozar de tanta dicha;
nadie fue adornado de santidad como tú; nadie fue elevado a tan alto honor de
magnificencia como tú; nadie como tú fue prevenido desde el primer instante por
la gracia purificadora; nadie como tú fue iluminado con la luz celestial; nadie
como tú fue elevado más allá de toda ponderación.
Y justamente, pues nadie estuvo
tan próximo a Dios como tú; nadie como tú fue enriquecido con los dones de
Dios; nadie recibió tanta gracia divina. Tú superas todas las grandezas
humanas; tú excedes todos los dones que la magnificencia de Dios haya jamás
concedido a persona humana alguna. Superas a todos en riqueza, pues posees a
Dios presente en ti. Nadie ha podido acoger a Dios en sí del modo que tú lo
hiciste; nadie como tú pudo gozar de la presencia divina; nadie fue tan digno
como tú de ser iluminado por Dios.
Por eso, no sólo has recibido en
ti misma al Dios Creador y Señor de todas las cosas, sino que inefablemente lo
posees encarnado en ti, lo llevas en tu seno, y luego lo das a luz como
Redentor de todos los hombres fulminados por la condena del Padre, dándoles una
salvación que no tendrá fin.
Fuente; San Sofronio de Jerusalén, Sermón 2, en la Anunciación de la Santísima Virgen.
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