"Que nuestro Señor Jesucristo, que remunera con suma
esplendidez, os dé la recompensa de vuestras fatigas.
Huid del mal, rechazad los peligros. Nosotros, y todos
nuestros hermanos, aunque indignos, pedimos constantemente a Dios Padre, a su
Hijo Jesucristo y a la Virgen Maria que estén siempre a vuestro lado para
salvación de vuestras almas y vuestros cuerpos.
Hermanos, os exhorto vehementemente a que os preocupéis con
prudencia y diligencia de la salvación de vuestras almas. La muerte es segura y
la vida es breve y se desvanece como el humo.
Centrad vuestro pensamiento en la pasión de nuestro Señor
Jesucristo, que, por el amor que nos tenía bajó del cielo para redimirnos; que
por nosotros sufrió toda clase de tormentos de alma y cuerpo, y tampoco evitó
suplicio alguno. Con ello nos dejó un ejemplo soberano de paciencia y amor.
Debemos, pues, tener paciencia en las adversidades.
Deponed toda clase de odio y de enemistades; tened buen
cuidado de que no salgan de vuestra boca Palabras duras y, si apuna vez salen,
no seáis perezosos en pronunciar aquellas palabras que sean el remedio
saludable para las heridas que ocasionaron vuestros labios: por tanto, perdonaos
mutuamente y olvidad para siempre la injuria que se os ha hecho.
El recuerdo del mal recibido es una injuria, complemento de
la cólera, conservación del pecado, odio a la justicia, flecha oxidada, venno
del alma, distracción del bien obrar. gusano de la mente, motivo de
distracciones en la oración, anulación de las peticiones que hacemos a Dios,
enajenación de la caridad, espina clavada en el alma, iniquidad que nunca
duerme, pecado que nunca se acaba y muerte cotidiana.
Amad la paz, que es el mayor tesoro que se puede desear. Ya
sabéis que nuestros pecados provocan la ira de Dios; arrepentíos para que os
perdone por su misericordia. Lo que ocultamos a los hombres, es manifiesto a
Dios; convertíos, pues, con sinceridad. Vivid de tal manera que obtengáis la bendición
del Señor, y la paz de Dios nuestro Padre esté siempre con vosotros."
Fuente: De las Cartas de San Francisco de Paula (Epístola a. 1486:
A. Galuzzi, Origini dell'Ordine dei Minimi, Romae 1967, pp. 121-122.
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