Entre todas las obras útiles y necesarias que podemos hacer para nuestra
salvación, la mayor y principal es la obediencia a los mandatos de Dios. Y si cualquier
hombre no la acepta porque piensa que de otro modo podría entrar al Paraíso, no
conseguirá dicha gloria, ni por poder o por potestad secular, ni porque goce de jerarquía
o dignidad eclesiástica, ni por ciencia mundana, ni por la belleza corporal, sino por
obediencia general. Y por tanto, cualquiera que organice y gobierne su vida según la
ordenación y precepto de Nuestro Señor Jesús Cristo contra el sentido del cuerpo,
contra la inclinación de la carne y contra las tentaciones de los demonios, se mantendrá
firme en estos preceptos de Dios. Y esto que digo se constata por la razón y por la
experiencia diaria de la persona que desea alcanzar el bien final, que por ella misma no
puede alcanzar. Será necesario que esté acorde y conforme con Aquel que sí pueda
ayudarle a conseguir ese bien final y por tanto se rija según su voluntad. Y esto
repercute en bien no sólo del alma, sino también de todo el cuerpo y en bien de toda la
vida.
Fuente: San Vicente Ferrer. Sermón De la vida de Cristo representada en la Misa solemne.
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