Te grito con el deseo. Por Matilde de Magdeburgo

¡Oh Dios, tesoro inconmensurable de riquezas! ¡Inabarcable en tantas maravillas! ¡Majestad sin límites en el poder de tu nobleza! Ninguna criatura podrá describir cuál es mi dolor [que suspira por ti] cuando eres parco conmigo. Como es una tristeza invisible, la muerte me sería más llevadera que esta pena intolerable. Te busco en mis meditaciones como una joven a su amado, con los recursos más íntimos y experimento hondamente mi debilidad ligada con tus ataduras. Esta atadura es más fuerte que yo, pues no me deja el corazón libre de amor. Te grito con el deseo, con el clamor de desterrada; te espero con el corazón angustiado, sin conocer reposo; ardo sin consumirme con el ardor de tu amor; te sigo, date prisa corriendo con el aroma de tus perfumes.
Si tuviera la fuerza de un fortísimo gigante, la gastaría corriendo y buscando las huellas del velocísimo  esposo. ¡Ay, amadísimo! No te adelantes tanto en la carrera; descansa tiernamente, para que pueda abrazarte de verdad. ¡Ay, Señor! Ya que me arrebataste todo lo que de ti poseo, concédeme por gracia lo que el perro tiene por naturaleza: que te sea fiel en mi tribulación, sin cansancio [ni desconfianza] Ansío esto más que los gozo del cielo.

Fuente: Matilde de Magdeburgo, La luz divina que ilumina los corazones, Libro cuarto,  capítulo III   , Burgos, Monte Carmelo. 2004, 188.

Comentarios